OpenAI anunció una decisión que ha generado un intenso debate global: a partir de diciembre, ChatGPT podrá generar contenido erótico para adultos verificados. La medida, presentada como una ampliación de «libertades», también plantea interrogantes profundos sobre los límites del deseo, el poder de la inteligencia artificial y la salud emocional de los usuarios.
Sam Altman, al frente de OpenAI y figura central en el desarrollo de ChatGPT, comunicó la noticia a través de la red X (antes Twitter). Según explicó, la nueva función se activará junto con un sistema de verificación por edad que busca impedir el acceso de menores a este tipo de contenido. Altman afirmó que el modelo se comportará de forma más cercana a lo que los usuarios valoraban en versiones anteriores, y que la empresa retomará su principio de “tratar a los adultos como adultos”.
El anuncio, aunque formulado en términos técnicos, provocó una reacción inmediata. Altman justificó el cambio como una forma de devolver libertad de uso tras meses de restricciones impuestas por razones de salud mental y seguridad. “Durante mucho tiempo fuimos cautelosos”, declaró. “Queríamos proteger a los usuarios más vulnerables. Pero ahora tenemos herramientas para hacerlo sin limitar a los demás”.
La frase encendió una oleada de reacciones. Miles de usuarios, expertos y empresarios comenzaron a debatir las implicaciones de permitir que una inteligencia artificial genere contenido erótico. Mientras algunos celebraron la apertura como un avance en la libertad creativa, otros expresaron preocupación por los posibles efectos emocionales y sociales.
Un día después, Altman aclaró que la nueva política no eliminará todas las limitaciones éticas. OpenAI continuará bloqueando usos que puedan causar daño o afectar la salud mental. “No somos la policía moral del mundo”, escribió, “pero creemos que los menores necesitan una protección significativa”.
A pesar de esa aclaración, el debate se intensificó. En la misma red social, varios usuarios cuestionaron cómo se definirán los límites del deseo digital. Uno de ellos advirtió que crear inteligencias artificiales capaces de generar vínculos afectivos podría conducir a la deshumanización. Otros recordaron casos recientes en los que personas confesaron haberse enamorado de sus chatbots o haber desarrollado relaciones paralelas con ellos.
Los testimonios no son aislados. Este mismo año, una mujer relató al New York Times que pagaba 200 dólares mensuales para conversar con su “novio” artificial de OpenAI, a pesar de estar casada. Otro usuario en Estados Unidos declaró a CBS News que propuso matrimonio a su pareja virtual y lloró cuando el bot aceptó.
En ese contexto, el anuncio de Altman adquiere una dimensión más compleja. La posibilidad de que una máquina satisfaga o manipule emociones humanas plantea preguntas sobre la naturaleza del vínculo afectivo en la era digital. ¿Hasta qué punto el erotismo generado por IA representa un juego inofensivo y cuándo se convierte en una forma de dependencia emocional?
Las críticas más severas surgieron desde el propio entorno tecnológico. El empresario Mark Cuban expresó dudas sobre la eficacia del sistema de verificación por edad. En un mensaje viral, afirmó que ningún padre confiará en que sus hijos no puedan eludir ese control, y advirtió sobre una posible migración hacia plataformas menos seguras.
Cuban también señaló que el verdadero riesgo no radica en el contenido sexual, sino en la creación de vínculos emocionales con algoritmos diseñados para seducir. “Esto no va de pornografía”, escribió. “Se trata de adolescentes o jóvenes desarrollando relaciones con una IA que puede llevarlos a lugares muy personales y desconocidos”.
Aunque aún no existen estudios concluyentes sobre los efectos sicológicos de interactuar emocionalmente con inteligencias artificiales, los primeros reportes sugieren que pueden generar apego, idealización e incluso aislamiento. Así ha sucedido ya con ChatGPT. Altman asegura que su equipo ha mitigado los problemas graves de salud mental antes de implementar esta nueva etapa, pero no queda claro cómo.
Sin embargo, el dilema persiste. ¿Es posible desarrollar una IA erótica que no sustituya el contacto humano? ¿O se está configurando una nueva forma de amor digital que simula reciprocidad sin ofrecerla realmente?
La decisión de OpenAI se produce en un momento en que las grandes empresas tecnológicas compiten por dotar de humanidad a sus modelos conversacionales. Desde asistentes que coquetean hasta bots que imitan emociones, la frontera entre utilidad e intimidad se vuelve cada vez más difusa.
Altman resumió la postura de su empresa con una frase que ha generado tanto entusiasmo como inquietud: “Es importante que la gente tenga la libertad de usar la IA como quiera”.
Esa libertad, aplicada al terreno del deseo, podría tener consecuencias difíciles de prever. Tal vez el verdadero debate no consista en si una IA puede escribir erotismo, sino en cuán preparados estamos para convivir con máquinas que comprenden —y aprovechan— nuestras emociones más profundas.
El paso que OpenAI dará en diciembre no solo transformará el uso de ChatGPT. También podría marcar el inicio de una era en la que la intimidad deje de ser exclusivamente humana, y donde los límites del amor y del control comiencen a reescribirse en lenguaje de programación.