Por Ariel B. Coya
No, no fue el primer anime que vimos en Cuba. Ni tampoco el primero del género mecha, pues poco antes ya había aterrizado entre nosotros Mazinger Z. Sin embargo, cuando aquel robot gigante apareció en nuestras pantallas, allá por los años 80, fue como si de pronto un insospechado Big Bang estallase en derredor. Porque muchos abrimos los ojos, atónitos, y en la retina de varias generaciones quedó grabado para siempre… de forma indeleble.
Ya saben: seguramente todos recuerdan la historia de cinco muchachitos que fusionaban sus naves para defender la Tierra de las temibles huestes invasoras del planeta Balzán.
Lo que no podíamos imaginar en ese entonces es que aquella película estaba hecha con los retazos de una serie nipona (básicamente un resumen de sus primeros 18 episodios) y que todos sus personajes tenían nombres diferentes. La familia Armstrong era, en verdad, la familia Go (que significa “cinco” en japonés). Esteban se llamaba Kenichi; Juanito, Hiyoshi; Bert, Daijiro; la hija del Comandante Robinson, Megumi, y el vaquero Mark Gordon, Mine Ippei.
Pero nunca nos importó demasiado. Éramos criaturas y aquel robot un tótem sagrado que nos hipnotizaba, sin importar la pobre tecnología de su animación ni la escasez de colores en nuestro televisor.
Su creador, Tadao Nagahama, se había iniciado en el medio audiovisual con un show de marionetas antes de incursionar en el mundo del anime, donde trabajó en obras de notable éxito como Kyojin no Hoshi (1968), el primer spokon emitido en Japón, a partir de un manga sobre béisbol.
Incluso llegó a dirigir una adaptación al anime de Don Quijote, titulada Zukkoke Knight De La Mancha (1980), y también participaba en la conocida serie de Ulises 31 (1981) cuando la muerte lo sorprendió de manera prematura, a los 43 años de edad, debido a una infección de hepatitis.
Aun así, Nagahama tuvo tiempo de crear la llamada trilogía Robot Romance, de la cual este anime forma parte, junto a otras dos series como Chōdenji Robo Combattler V (1976) y Tōshō Daimos (1978), coproducidas igualmente por los estudios Toei y Sunrise.
Su gran aporte, sin duda, fue dotar al género de una mayor profundidad argumental: de muñequitos destinados nada más que a vender juguetes, a historias más complejas con dramas intensos en los que se discurría sobre temas tan diversos como el valor de la familia, la importancia del trabajo en equipo y la lucha por las causas justas.
Todo eso y mucho más se puede apreciar en esta obra, donde al mismo tiempo se vertía una feroz crítica sobre la estratificación social y el racismo que pretendían imponer los invasores.
Quién, a fin de cuentas, no lloró alguna vez cuando la madre de Esteban, Bert y Juanito se sacrifica para salvarlos. O se quedó con cara de “nopueser” ante ese final extremadamente abierto en el que el castillo del príncipe Zardoz se difumina en las profundidades del universo, mientras usaba al padre de los chicos como escudo humano. (Aunque humano, lo que se dice humano, tampoco lo era del todo, como pudimos comprobar más tarde cuando la TV Cubana emitió la serie completa).
Pasan los años y mientras resuena en la nostalgia el eco de sus peleas, todavía me pregunto qué cuerda pulsó aquella historia para instalarse de semejante forma en nuestro inconsciente colectivo. Porque, en Japón no dejó de ser una más entre tantos y tantos animes del género mecha. Pero en Cuba marcó una época, al punto de que casi, casi, lo ponemos a la altura de Elpidio Valdés, por ejemplo.
Quizá la respuesta tenga que ver con el toque criollo que sin duda le imprimieron al filme las voces de Frank González, Sarita Malberti, Magaly Alou, Julio Alberto Casanova, Eddy Vidal, Eslinda Núñez, Gerardo Riverón, Pedrito Silva y tantos otros actores —algunos de ellos ya desaparecidos— bajo la dirección de Manuel Herrera.
Por norma general, tengo asumido que la calidad de un producto audiovisual tiende a deformarse cuando se altera su contenido, pues cualquier impostura como el doblaje acaba siendo justo eso, un feo postizo. Para muestra tomen un anime cualquiera, como por ejemplo Inuyasha, y véanlo en japonés con subtítulos y luego con doblaje latino. La conclusión resulta obvia: la segunda opción parte el alma.
Sin embargo, si no hubiera sido por el trabajo de esos profesionales del ICAIC quizás esta obra no habría calado tanto entre nosotros. A fin de cuentas, la memoria auditiva no acepta sobornos.
Tal es así que todavía hoy recordamos cómo a la voz de “Vamos a… ¡unirnos!”, las cinco naves se integraban en una secuencia inolvidable, recubierta por aquella cortina musical, hiperquinética y archifamosa, que nos ponía los pelos de punta. De la misma manera que vibrábamos cuando nuestro robot favorito fulminaba al enemigo de turno con un mandoble extraordinario.
Créanme, lo he comprobado, tras visionar otras versiones con las voces originales y también en inglés. Y ninguna se compara con el doblaje cubano.
Curiosamente, el otro país en el que estas aventuras fueron todo un suceso es Filipinas, donde ahora mismo se gesta un remake interpretado por personas reales, pero con fondos y mechas renderizados. De momento, el primer teaser no pinta nada mal, la verdad; lo que debe animarnos a verlo.
En definitiva, como declarase un poeta nostálgico o demasiado viejo para recordar dónde nació, la infancia es nuestra verdadera patria, a la que siempre soñamos regresar. De ahí que ahora mismo muchos estemos acá, aguardando expectantes, esa versión filipina de un anime tan importante, tan único, tan nuestro, que acabo de escribir sobre él un post de novecientas palabras sin mencionar nunca su nombre. Y ustedes no se dieron cuenta hasta el final.
Voltus V
Título original: Chō denji mashīnborutesu V
Género: Mecha, drama
Temporada: 1 (40 episodios)
Estudios: Tohokushinsha Film, Nippon Sunrise y Toei Animation
Director: Tadao Nagahama
Primera emisión: 4 de junio, 1977 – 25 de marzo, 1978
Estreno en Cuba: 1983