En Hollywood, el corazón de la industria cinematográfica estadounidense, la inteligencia artificial ya no es una promesa lejana, sino una realidad que transforma procesos clave. Estudios como Asteria Film, fundado por la actriz Natasha Lyonne y el productor Bryn Mooser, han confirmado que la tecnología permite generar videos completos a partir de descripciones de texto. Este avance se implementa con catálogos propios o licencias legales para evitar conflictos por derechos de autor.
Un ejecutivo de Lionsgate reveló que, con solo describir una idea, un sistema de IA puede entregar una película lista para distribución en apenas tres horas. Aunque la automatización ya forma parte de la rutina en algunos estudios, muchos evitan mencionar abiertamente la inteligencia artificial, prefiriendo términos como «machine learning» o «automatización creativa» para eludir críticas de sindicatos y trabajadores.
La IA no solo optimiza efectos especiales o corrección de color, sino que ahora influye en etapas más sensibles, como la preproducción y el diseño visual. Según reportes de medios especializados, algunos artistas reciben encargos para «limpiar» imágenes generadas por IA, eliminando rastros de automatización antes de presentarlas como trabajo humano.
La velocidad de esta adopción deja poco espacio para debates públicos. Los sindicatos de actores, guionistas y artistas visuales exigen compensaciones por el uso de sus obras como datos de entrenamiento para modelos de IA. Mientras tanto, gigantes tecnológicos como Google avanzan con herramientas como Flow, una plataforma que combina modelos de IA para crear escenas, personajes y sonidos a partir de descripciones escritas.
Flow, disponible en Estados Unidos bajo suscripción, ha sido utilizado por cineastas como Dave Clark en su cortometraje Freelancers, donde toda la estética fue generada por IA. Esta tecnología redefine las posibilidades narrativas, pero también intensifica la discusión sobre el futuro del trabajo creativo en una industria cada vez más automatizada.