Por Enio Echezábal Acosta
Muchos asocian a los niños con la lectura de historietas. Otros, que ven un poco más allá, la identifican con personas a las que les cuesta madurar. Se trata de un pensamiento tan reducido como decir que los científicos brillantes siempre llevan espejuelos y le faltan algunos “tornillos”.
Lo que intento sugerirles sin ánimo de entrar en polémicas absurdas es que intenten ver el mundo de los “muñequitos” como uno diferente, lleno de historias más o menos buenas que pueden llevarles a conocer otras realidades. Precisamente por ahí es que irá la ruta de estos artículos, en los cuales pretendo ayudarlos a expandir sus gustos hacia una manifestación de gran contenido artístico, que es igualmente capaz de contagiarnos con buenas dosis de diversión.
Pero bueno, para entrar en materia debemos meternos de lleno en las cuevas prehistóricas, y empezar por reconocer el valor primitivo de las ilustraciones halladas en el interior de muchas de ellas. Si bien pueden hoy parecer sencillas y con poco detalle, nuestros amigos los “picapiedras” bien pudieran haber abierto el camino del futuro cómic.
En la siguiente parte del viaje, habría que llenarse un poco de arena y tomar un rato el sol del norte de África, para ir a Egipto. Sí, porque los “hijos del Nilo” muy posiblemente fueran los primeros en asociar largas y complejas cadenas de dibujos e historias para reflejar su modo de vida. Justo lo que están pensando: sin quererlo, también pueden haber hecho sus aportes para crear a uno de los tatarabuelos de la historieta.
Griegos y romanos, en representación del mundo clásico, usaron otra técnica: el bajorrelieve, caracterizado por estar presente en monumentos de gran escala y recoger parte de sus mitos e historia. Por aquí les muestro los frisos del Partenón de la Acrópolis ateniense.
La literatura y la plástica asociadas a la religión en el Medioevo también pusieron lo suyo para crear una especie de arte medieval basado en las “tiras cómicas”. Fue una etapa conocida por el arte de grandes ilustradores, tal como se refleja en los manuscritos iluminados que incluyen el Salterio de San Luis (1253-1270), la Biblia del cardenal Maciejowski (c. 1250), las Cantigas de Santa María (mediados del siglo XIII-1284), el Breviario de Felipe el Hermoso (c. 1300) o el Salterio Arundel (primera mitad del siglo XIV).
Otra parte de las ilustraciones asociadas a la Edad Media, un poco después en el tiempo, fueron los retablos teatrales, usados a modo de “noticiero”, para explicar con imágenes los sucesos relevantes dentro del acontecer público, que podían ser lo mismo horrendos crímenes que batallas campales (aunque la verdad es que con frecuencia se parecían mucho).
De nuestro lado del mundo -porque vale tener muy en cuenta el desarrollo de las culturas mesoamericanas en muchas aristas de la vida- podemos poner como ejemplo los códices de las civilizaciones precolombinas. Entre ellas la mixteca y los códices Vindobonensis, Nuttal y Baranda, o el Pochteca y el Mendoza aztecas son solo algunos ejemplos de la tradición pictórico-narrativa de nuestro continente.
Según los verdaderos especialistas, no podemos hablar realmente de un antecesor comprobado de la historieta hasta el siglo XIV, cuando comenzó a ponerse de moda en Europa, el uso de la xilografía o grabado en madera para producir textos de la talla de la Biblia pauperum, llamada simplemente como Biblia de los pobres (1410-1420).
Pero hubo que esperar hasta 1446, cuando un orfebre muy imaginativo de apellido Gutenberg inventó la imprenta, momento a partir del cual el fenómeno creció exponencialmente. Primero, a la altura del siglo XVI empezaron a distribuirse los pliegos de cordel, especie de secuencia que incluía textos e ilustraciones cosidas, a modo de folleto. Otra manifestación fueron las aleluyas o aucas, consistentes en una serie de estampas, siempre de temática religiosa, con varios versos al pie.
Un siglo después, en el XVII, surgido de la mente de humoristas gráficos ingleses, aparece el globo de texto, un elemento sin el cual nunca podría haber existido la historieta moderna. Este “invento”, pensado con el objetivo de ridiculizar al gobernante de turno, fue vital para la creación en 1783 del libro Lenardo und Blandine, la primera historieta conocida.
La aparición de la litografía en 1789 amplió definitivamente las posibilidades de reproducción de los textos. Ya no se necesitaba de la mano intermediaria del hombre para imprimir directamente sobre las páginas.
Pocos años después, Jean-Charles Pellerin da los primeros pasos en la producción industrial de “muñequitos”, con la fundación en la zona de Épinal, de una fábrica de estampas, conocidas hasta la fecha como imágenes de Épinal.
En el siglo XIX los nombres de Nordquist, Bilderdijk, Thomas Rowlandson (Dr Syntax), William Chacón y George Cruikshank pasan a ser conocidos como las primeras “celebridades” de este mundo, aunque el hombre que de verdad logró popularizar el cómic moderno fue el franco-suizo Rodolphe Töpffer, con su publicación de 1833, Histoire de M. Jabot, que fue seguida de otros seis volúmenes. Además, Töpffer escribió Ensayo sobre fisionomía (1845), conocido como el primer texto teórico de ese nuevo medio.
Y por ahora es todo. Espero haberlos “salpicado” un poco con los orígenes de una de las más grandes industrias culturales de la actualidad. En el siguiente encuentro hablaremos de la entrada en el juego de la prensa de masas y la evolución del cómic desde el Yellow Kid hasta la Edad de Oro.
Nos vemos en la próxima viñeta.