📘 Death Note: El sueño de la razón engendra shinigamis

Antes de entrar a la escuela, el prodigioso estudiante japonés Yagami Light ve caer sobre el césped un misterioso cuaderno de cubierta negra. Al instante se sorprende al encontrar las instrucciones de uso en la cara interior de la contracubierta. La primera de ellas —“El humano cuyo nombre sea escrito en este cuaderno morirá”—, anuncia el conflicto que nos va a acompañar hasta el final de la serie. Si bien inicialmente duda de la autenticidad del Cuaderno de la Muerte (Death Note), Yagami Light se decide a utilizarlo después de comprobar su eficacia. Y así comienza un posible nuevo capítulo, quizás luminoso, quizás apocalíptico, en la Historia de la Humanidad.

Dice Italo Calvino en Por qué leer los clásicos que en la vida adulta “debería haber un tiempo dedicado a repetir las lecturas más importantes de la juventud”. Al releer, según Calvino, “sucede que vuelven a encontrarse esas constantes que ahora forman parte de nuestros mecanismos internos y cuyo origen habíamos olvidado”. También pasa que tenemos la posibilidad de una mirada diferente a las obras que antaño nos conmovieron. Así me ocurrió con Death Note (2006-2007), anime dirigido por Tetsuro Araki, que adapta el manga (2003-2006) escrito por Tsugumi Oba e ilustrado por Takeshi Obata.

Antes de seguir, debo detenerme en los creadores de la historia: Por un lado tenemos a Obata, el dibujante, quien ha ganado importantes reconocimientos como los premios Tezuka y Shogakukan. Por el otro tenemos a Oba, el escritor, un extraño personaje de identidad desconocida, quien se esconde tras un seudónimo por razones aún sin aclarar. Ambos han producido conjuntamente Death Note, Bakuman y Platinum End. También quiero recordar que Death Note, aunque demográficamente está asociada a un público adolescente masculino (shonen), se adentra en los predios de un género más realista, menos juvenil y melodramático que el nekketsu: el gekiga. Dicho lo dicho, podemos seguir con la obra que nos ocupa…

Fue en la secundaria cuando por primera vez supe del duelo intelectual entre L y Yagami Light. Sospecho que entonces no habían transcurrido ni cinco años de la primera emisión del anime en Japón. En aquella oportunidad pasé por alto que, además de tener diálogos comedidos, sobrios y bien apuntalados, una animación que potencializa y redimensiona la visualidad del manga, apoyada principalmente por tonalidades oscuras que otorgan mayor tensión a escenas ya de por sí a punto de reventar, un memorable diseño de personajes, exceptuando a la por momentos acartonada Amane Misa, una banda sonora que echa mano de la música clásica (con aires clásicos… o lo que sea que esto signifique) para dar el toque de refinamiento que proyecta la serie, Death Note posee una inabarcable cantidad de niveles de lectura, que podemos resumir en dos.

En una primera capa, externa, tenemos un policíaco inductivo-deductivo que a su vez dialoga con el mundo de los shinigamis,[1] elemento fantástico que tiene origen en el folclor japonés; en una segunda, interna, nos enfrentamos a dilemas éticos nada novedosos, pero siempre necesarios por irresueltos: la manera más radical de acabar con los problemas de la humanidad, ¿es la mejor? El camino más corto, ¿acaso no es el que peores consecuencias puede traer?

La serie se sitúa por encima del vulgar pragmatismo para demostrar que, más allá de las ansias por suprimir conflictos inmediatos, el problema de la especie no puede afrontarse sin un pensamiento previo. No basta con imponer un aniquilamiento en serie como castigo para las personas que delinquen: la conducta de los seres humanos ha demostrado ser mucho más difícil de modificar. En el peor de los casos, las consecuencias pueden ser irreversibles. “El sueño de la razón produce monstruos”, hubiera dicho Francisco de Goya.

Otro elemento que se aborda en Death Note es la fragilidad de la sociedad moderna. Como ya demostró José Saramago en sus novelas Ensayo sobre la ceguera, Ensayo sobre la lucidez y Las intermitencias de la muerte, basta con introducir un pequeño elemento discordante para que la aparente lógica por la que se rigen las grandes multitudes se vea ridiculizada, fragmentada, destruida. En la serie también está presente la crítica a la codicia, en abstracto y en concreto, de los primeros hasta los últimos miembros de esa mafia plutocrática que algunos llaman «empresas», particularmente avariciosos en el Japón de los últimos años, como se refleja en la novela Al sur de la frontera, al oeste del sol, de Haruki Murakami. Es en este punto donde Death Note trasciende el policial clásico para adentrarse en lo que se conoce como género negro: los juegos del intelecto devienen disección de los males que corroen la sociedad moderna.

Resulta más que evidente el diálogo del anime con lo mejor de la cultura universal. Como el protagonista de Taxi Driver, película de Martin Scorsese, Yagami Light siente extrema repulsión por la delincuencia, así como claras intenciones de buscar cualquier alternativa para erradicarla. Como en Crimen y castigo, novela de Fiodor Dostoievsky, Yagami Light se siente el elegido para cambiar el mundo, lo que teóricamente le daría derecho a decidir sobre las vidas de los “simples mortales”. Kira es la ley, ¿quién que no esté a su altura se atrevería a juzgarlo? Pero una cosa lo distingue: a diferencia de los casos anteriores, él sí tiene la posibilidad de transformar el statu quo. Un nuevo mundo podría nacer de sus manos ensangrentadas.

Pero no es Yagami Light, alias Kira, el personaje más interesante de la serie, sino su antagonista, L, detective suigéneris capaz de resolver cualquier caso que se le presente, quien es responsable de investigar la muerte desde hace un tiempo sistemática de los criminales más peligrosos de Japón, primero, y de todo el mundo, después. Genio en apariencia inofensivo, L se vuelve un sabueso obsesionado con seguir el rastro de Kira hasta el más remoto confín de la razón humana. Por desgracia para su capacidad analítica, el adversario jugará desde el principio con una ventaja tan inverosímil como injusta: el propio Cuaderno de la Muerte.

El desenlace prematuro del conflicto entre los dos rivales supone el fin de la primera etapa del anime. Como antes, ahora coincido en que hubiera sido mejor terminar la trama en ese punto. Sin embargo, en esta ocasión la segunda etapa me pareció una solución digna. Con altibajos, claro; con la pérdida irreparable de elementos que desde un principio nos sedujeron; con la cada vez mayor presencia del elemento fantástico-folclórico que tan comedidamente había aparecido en los primeros capítulos. Pero digna. Y esa sensación me queda, otra vez, luego de ver ese alucinado episodio final.

Yagami Light planea erigirse en el dios de una nueva era. L hará cualquier cosa por impedirlo. La estructura dramática de la serie, como vemos, también es clásica. Clásica como Crimen y Castigo, como Taxi Driver, como la banda sonora, como el tipo de policial inductivo-deductivo. En fin, como Death Note en general. Por eso hay que volver a ella, Italo Calvino. Por eso yo volví.

[1] Dios de la muerte.

Autor

  • Miguel A. Castiñeira

    Cuando mi vecino de los bajos lo permite, releo a Miguel Asturias, Raymond Chandler y Eiichiro Oda. Cuando no lo permite, escucho a Pimpinela, Rudy La Scala y Paquita la del Barrio. En fin, soy más un animal rastrero que un hombre de maíz.

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